En
EntreVistArtista
el sujeto es
arte y parte,
es y hace
«algo por algo»
porque
«doy para que des»
o lo que es lo mismo:
me comparto a ti
para que tú
te compartas a mí;
quid pro quo
Entre Tú y Yo
a través de
E.V.A
(La Palabra).

Rosa Matilde Jiménez Cortés
D. R. © 2009 – 2015





6 de marzo de 2013

Obsidiana




“Obsidiana”

(Dedicado a Rosa Niña Guerrera)







 
"...oquipan oquimatian mochiuh in tlacatl
catea initoca Tlacayelleltzin Cihuacohuatl
in cemanahuac tepehuan".

"...Y esto ocurrió en la época
del señor Tlacaélel; el Cihuacóatl,
el Conquistador del Universo".



I


Javier Domínguez Castillo, director del Museo Casa de Morelos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Morelia, duerme mientras se revuelve inquieto en su cama, en la tibia y casi amanecida noche del verano.

Sobre la mesa de luz, en la esfera luminiscente del reloj despertador, las agujas marcan que faltan cinco minutos para las cinco de la mañana; el sonido percusivo, casi hipnótico del mecanismo de cuarzo, resuena marcando el paso del tiempo.

Las últimas semanas fueron de intensa actividad en el Museo que se prepara para montar una instalación, sobre la religión azteca inaugurando una nueva sala. A medida que se acerca la fecha de la inauguración, la excitación de Javier ha ido en aumento transformándose en ansiedad, algo impropio en su personalidad, ya que habitualmente él ejerce un gran autodominio de sus emociones, y son pocas las cosas que logran perturban su carácter reservado, casi tímido, pero esta vez, la nueva sala del museo y la llegada de nuevas piezas arqueológicas cedidas a préstamo por el Museo Nacional de Antropología de México, hecho casi sin precedentes, sumado esto a que la tesis de su doctorado fue sobre La evolución de la religión Azteca en la era Nahui-Ollim o del quinto sol; son elementos lo suficientemente trascendentes como para poder comprender lo que le sucede a Javier .

Será por la conjunción de todos estos factores, el porqué del extraño sueño que lo hace revolverse en su cama esta noche.

Javier, sin poder dar crédito a lo que está desarrollándose a su alrededor y de lo cual él forma parte, recorre lentamente con la mirada el fascinante espectáculo que se ofrece ante su vista; en el gran patio interior del templo principal de Chololan, al pie de la gigantesca y antiquísima pirámide, se celebra la ceremonia de iniciación de los nuevos sacerdotes de Quetzalcóatl.

La luz de cientos de antorchas, ilumina el recinto con cambiantes tonalidades que hacen fluctuar las sombras que se proyectan y se alargan danzando sobre los pisos de piedra pulida. Los sacerdotes forman una doble hilera, alineados en ambos costados del patio, entonan con acento rítmico antiguos himnos sagrados.

Centeotl, el anciano sumo sacerdote que oficia la ceremonia ostenta sobre su pecho el máximo símbolo de la jerarquía religiosa: el Emblema Sagrado de Quetzalcóatl.

En el centro del patio, dentro de un círculo de pintura blanca, se encuentra el pequeño grupo de jóvenes, entre los cuales está el propio Javier que recibiría en aquella ocasión, el alto honor de entrar a formar parte del sacerdocio blanco de Quetzalcóatl.

Parado a su lado esta Moctezuma, hijo de Huitzilíhuitl, segundo rey de los tenochcas y hermano de Chimalpopoca; el actual rey. La ceremonia está por finalizar. Tras formular las últimas palabras rituales, Centeotl se dirige hacia el incensario que arde al pie del altar central, coronado por una representación de Quetzalcóatl, todos siguen con la mirada al anciano y suponen que Centeotl va a extinguir las llamas del brasero para dar por concluida la ceremonia.

Al llegar, el sacerdote arroja en él mas resinas, produciendo una fuerte llamarada que ilumina el recinto. Enmarcado en el resplandor de las llamas, Centeotl se da media vuelta y queda de frente ante todos formando una imagen sobrecogedora, después, con un movimiento repentino que despierta un murmullo de asombro general, se quita del cuello la fina cadena de oro de la cual cuelga el Emblema Sagrado de Quetzalcóatl.

Esto, sólo puede significar que Centeotl juzga que ha llegado el momento de transmitir a un sucesor, la pesada responsabilidad que carga sobre sus hombros y que con tanta dignidad y sabiduría, ha sobrellevado todos estos años.

Todos comprenden la importancia del momento y una sorda excitación recorre el recinto. Con paso elástico y movimientos decididos que reniegan de su edad, el sumo sacerdote se dirige hacia el grupo formado por los sacerdotes más importantes, al llegar frente a Mazatzin, se detiene y mira con ojos encendidos a quien le sigue en rango; Matzatzin en un esfuerzo sobrehumano, intenta sostener la mirada de eso ojos que parecen traspasarlo y leer su alma, intenta controlarse pero su ambición, sus ansias de poder lo traicionan y extiende sus manos en un intento por tomar el collar símbolo del máximo poder, y en ese mismo instante, como atravesado por un rayo, se desploma y cae de rodillas llorando, vencido por su ambición desmedida.

Imperturbable ante el fracaso del sacerdote que le seguía en rango, Centeotl dio dos pasos y quedó frente a Cuauhtexpetlatzin; el tercer sacerdote dentro de la jerarquía de la Hermandad Blanca. Cuauhtexpetlatzin da un paso hacia atrás y agacha humildemente su cabeza, cuando Centeotl se para frente a él, renunciando así la pesada carga de conducir espiritualmente a su pueblo.

Esto parece no sorprender al anciano y cruza el recinto, dirigiéndose al grupo de los sacerdotes recientemente ordenados; el sumo sacerdote juzga que entre los recién ordenados hay al menos uno merecedor de convertirse en su heredero.

La expectación crece a cada instante, Centeotl ingresa al círculo de pintura blanca y se detiene frente a Netzahualcóyotl, nadie entre los recién ordenados posee más méritos que el príncipe de Texcoco, poeta y guerrero, pero éste repite el gesto de Cuauhtexpetlatzin y dando un paso atrás, agacha humildemente su cabeza. El sumo sacerdote parece no asombrarse, da unos cuantos pasos más hasta pararse frente a Moctezuma, un murmullo recorre el recinto, por primera vez en miles de años de tradición, un tenochca, miembro de uno de los reinos más pequeños, va a ser distinguido con tan grande honor; pero Moctezuma da un paso atrás.

En las facciones generalmente inescrutables del anciano Centeotl, parece dibujarse una mueca de complacencia, como si en contra de lo que pudiese suponerse, se encontrase preparado de antemano para todo lo que acaecía en aquellos momentos tan trascendentales.

Centeotl da un paso hacia la derecha y queda frente a Javier, sus miradas se cruzan y los dos rostros permanecen en muda contemplación durante un largo rato.

El agudo sonido de la alarma, despierta a Javier que sacado abruptamente de su sueño, se incorpora automáticamente sobre la cama, mirando a su alrededor sin poder comprender aún donde se encuentra.

Este estado dura unos instantes, mientras la alarma sigue sonado hasta que finalmente logra salir de su ensoñación, y extiende su mano para pulsar el interruptor del reloj, con signos de evidente fastidio.

Se despereza y sale de la cama cargando aún vagas e inconexas imágenes del sueño, camina hasta el baño, abre la ducha y se coloca debajo de la lluvia hasta sentirse completamente despierto y despejado, sale, se frota enérgicamente el cuerpo con un toallón hasta sentirse perfectamente seco colocándolo después alrededor de su cintura, para dirigirse la cocina a preparar café.

Mientras enciende la cafetera, repasa mentalmente las actividades del día. Enciende el primero de sus cigarrillos negros -manía mezcla ritual que conserva de sus días de estudiante-, y disfruta de la primera calada, sintiendo al acre y denso humo llenar sus pulmones.

La primera actividad del día es ir a recibir a la funcionaria del Museo Nacional al aeropuerto, llevarla a su hotel y luego ir al museo a esperar que arriben las piezas arqueológicas para montarlas en la instalación antes de la inauguración oficial. Igual y todavía queda una multitud de detalles que coordinar con la funcionaria; lo que le insumirá prácticamente todo su tiempo.

Mientras bebe su café piensa en la fascinación que desde sus primeros tiempos de estudiante ha ejercido sobre él la cultura de los tenochcas, de cómo un pequeño pueblo que vagaba por Mesoamérica en el siglo XIII siendo echado de todas partes, pudo asentarse en unos terrenos que nadie quería y con un tesón y una habilidad sorprendentes, hacer florecer en medio de los pantanos, una ciudad como Tenochtitlán y extender sus dominios sometiendo a todos los pueblos hasta las fronteras de lo que hoy es Guatemala en menos de doscientos años.





II



Javier alza sus brazos mostrando el cartel que dice Lizeth Nava Cervantes ante los pasajeros provenientes del vuelo de México DF, buscando con sus ojos entre la multitud de rostros recién arribados.

No poca es su sorpresa al percatarse que una hermosa y joven mujer fija su mirada en el cartel, levanta su mano y con una sonrisa se dirige a su encuentro. Vaya a saber porque, Javier había imaginado a la funcionaria como una mujer bastante mayor y mucho menos bonita, quizás culpa de esos imbéciles preconceptos machistas tan arraigados y difíciles de dejar a un lado, pero lo cierto es que no había esperado encontrar a una mujer tan joven y bonita ocupando ese puesto. Mientras Javier cavila, Lizeth desanda los pasos que la separan de Javier con una sonrisa -tú debes ser el secretario del director del museo, ¿verdad? -dice la joven con una voz alegre y desinhibida. Javier niega con la cabeza y siente que el rubor comienza a colorear sus mejillas al tiempo que se le hace difícil articular palabra -maldita timidez- piensa Javier, y ella divertida, como leyendo sus pensamientos, lo observa fijamente con sus chispeantes ojos negros. -¿Piensas quedarte parado allí sin hacer nada ni emitir palabra?-. Mientras, toma el cartel de las manos de Javier y le ofrece su maleta -vamos hombre que el vuelo vino con retraso y tu director me está esperando… Odio dar una mala imagen. Javier en un esfuerzo supremo, logra vencer su timidez, toma la maleta con su mano izquierda y ofrece su derecha a modo de saludo -mucho gusto, soy Javier Domínguez Castillo, director del Museo, a su servicio señorita-.

Lizeth lo mira divertida y se ríe con una risa fresca, despojada de burla alguna, moviendo su cabeza como negando, -disculpa, imaginé a un hombre de mayor edad-mientras toma la mano que le ofrece Javier y la estrecha firmemente.

Javier asiente sin rebelarle sus anteriores pensamientos mientras la mira a los ojos, por un momento piensa que ha visto esos ojos negros de mirar profundo con anterioridad, algo familiar encuentra en ellos, pero desecha el pensamiento automáticamente y de eso está seguro: que es la primera vez que ve a Lizeth en su vida.

-Por favor, sígueme; tengo el carro en el estacionamiento-. Y así, dando por terminada esa conversación que le causa embarazo, se dirige hacia la salida sintiéndose un estúpido que no ha sabido estar a la altura de los acontecimientos.

Lizeth lo ve alejarse hasta que finalmente entre divertida y extrañada, apura el paso hasta alcanzar a Javier -espero no haberte ofendido, oh disculpa, ¿puedo tutearte?- y sin esperar la respuesta de Javier, agrega con sonrisa pícara -al fin y al cabo somos colegas y casi de la misma edad, ¿verdad?

Javier la mira incómodo y asiente brevemente con un movimiento de cabeza -Si por supuesto, dejemos los formalismos de lado-.

Ella lo mira y asiente -y tú eres un hombre muy formal-.



III



Los obreros terminan con su pesado trabajo en un escenario que representa fielmente la cúspide del Templo Mayor de Tenochtitlan o Huey Teocalli en lengua náhuatl. Han finalizado de acomodar el altar de piedra basáltica, donde los sacerdotes sacrificaban a sus víctimas, llamado Techcath y el recipiente también de piedra, Cuauxicalli, donde depositaban el corazón de la víctima después de haberlo ofrecido en un ritual, al dios Sol. Todo esto bajo la atenta mirada de Javier que se encontraba acompañado por Lizeth

-Ha quedado perfecto, puedo decir que me siento transportada a esa época, han hecho un trabajo magnífico Javier- dice Lizeth complacida y sonriente.

Javier mira arrobado el conjunto, cuando una especie de rayo parece explotar dentro de su cabeza y ciento de imágenes inconexas desfilan ante sus ojos hasta que estas se ordenan y comienzan a tomar sentido.

Centeotl lo mira profundamente a los ojos, Javier sostiene esa mirada que siente lo llena de paz, el anciano sostiene en sus manos la cadena de oro donde cuelga la media concha marina, símbolo sagrado que representa a Quetzalcóatl el Ser Supremo para los pueblos de habla náhuatl, eleva sus brazos por sobre la cabeza de Javier y gentilmente desliza la cadena por la cabeza hasta dejar que penda sobre el pecho de Javier.

-Javier, ¿te encuentras bien? Javier, por favor responde… ¡Apártense! Dejen que respire- Lizeth con un ademán aparta a los obreros que rodean a Javier.

Javier lentamente abre sus ojos y mira a su alrededor como sin ver.

Intenta incorporarse pero Lizeth se lo impide tomándolo por los hombros -Despacio, tranquilo, quédate acostado, has sufrido un desmayo-, Javier la mira directamente a los ojos, todavía muy lejos de allí hasta que poco a poco, comienza a recobrar el sentido del tiempo y el espacio reconociendo a Lizeth y al lugar donde se encuentra. -¡Te has hecho un corte en la frente!- exclama ella con tono de preocupación, mientras toma su pañuelo y oprime la herida intentando detener la sangre que comienza a bañar el rostro de Javier-llamen a un médico- Javier toma suavemente el brazo de Lizeth -Está bien, no hace falta, me siento bien- e intenta una sonrisa, Lizeth retira el pañuelo manchado de sangre y examina detenidamente la herida, para luego volver a cubrirla con el pañuelo -sostén el pañuelo- y mirando a los obreros -llamen a la asistencia- Javier intenta una queja -tú te callas, pareces niño chico -esta última frase dicha dulcemente, las pocas horas que ha pasado al lado de Javier fueron suficientes para que despertara en ella una corriente de afecto hacia Javier -¿puedes ponerte de pié?-

Javier asiente e intenta pararse ayudado por Lizeth -pasa un brazo por mis hombros y te será más fácil- Javier hace lo que dice Lizeth, dejándose guiar por la mujer hasta una silla -¿cómo te sientes?- Javier sosteniendo el pañuelo sobre la herida ensaya una sonrisa -me encuentro bien, fue un desmayo- miente,-nada serio, seguro producto del stress de las últimas semanas- evitando mirar la instalación.

Lizeth está arrodillada frente a él tomando su mano libre -ahora dejarás a los médicos que examinen la herida y aceptarás lo que ellos crean conveniente hacer, como niño bueno, ¿de acuerdo? -Javier asiente con cierto alivio dejando que ella se haga cargo de la situación y tratando de no pensar en esas imágenes tan extrañas que desfilaron ante sus ojos; extrañas pero tan vividas y reales que aun duda si no ocurrieron realmente.

Al rato de haberse retirado el médico que curó la herida, Javier y Lizeth conversan en su despacho, es de noche, la luz de la luna se desliza por el gran ventanal bañando todo en un suave tono azulado -te dije que no era cosa de la que preocuparse, no necesitó sutura, solo este ridículo vendaje y un par de aspirinas para el dolor- Javier acaricia el cofre que descansa sobre la cubierta del escritorio - muero de ganas por echarle una mirada, jamás tuve en mis manos uno auténtico -Lizeth sonríe al tiempo que asiente con la cabeza- ¿pues quién te detiene? quítate esas ganas, para eso eres el director, ¿no es así?

Javier, se pone de pié y con una cortaplumas de esas multiuso, lentamente corta el precinto que asegura la caja, se detiene por un instante, sus manos aferran la tapa de la caja, mira a Lizeth anhelante y ella lo alienta con un ademán -vamos hombre decídete-.

Las manos de Javier tiemblan ligeramente mientras retira la tapa de la caja que contiene al puñal usado para los sacrificios humanos, descubriendo así la magnífica pieza de obsidiana que descansa inocente, ignorante de su origen.

Con sumo cuidado, Javier coge y retira el puñal, todo su cuerpo se estremece cuando sus dedos rodean y aferran la empuñadura, con el puñal en la mano rodea la mesa, bajo la atenta mirada de Lizeth, los ojos de Javier se encienden en la penumbra del despacho y el puñal emite destellos al ser besado por la luz de la luna -es... es…- Javier parece no encontrar las palabras para describir sus sensaciones mientras ella lo observa con una sonrisa; ambas miradas se cruzan.

Un nuevo relámpago estalla dentro de la cabeza de Javier, los contornos del despacho se desdibujan y solo alcanza a distinguir la profunda mirada de esos ojos negros que parecieran estar leyendo su alma, las cosas comienzan a materializarse nuevamente a su alrededor, las luces de las antorchas hacen danzar a la sombras en lo alto del Huey Teocalli, arrancándole destellos dorados al puñal de obsidiana. Lizeth, la princesa tecpaneca Quiahuitl yace sobre el altar esperando ser sacrificada, la mirada de esos ojos negros, desprovistos de miedo, parecen taladrar a Javier el sumo sacerdote Tlacaélel.

Quiahuilt se incorpora y baja del altar, extiende su mano sin dejar de mirar a los ojos a Tlacaélel, éste asiente con humildad, despojándose de toda soberbia y entrega mansamente el puñal de obsidiana a la princesa, cierra sus ojos como aceptando lo inevitable y se recuesta sobre el altar tomado el lugar que momentos antes ocupara Quiahuilt. Recostado sobre el escritorio de su despacho, Javier abre sus ojos sabiendo que encontrará los ojos negros de Lizeth, que frente al ventanal, bañada por la luz azulada de la luna; alza su brazo empuñando el puñal de obsidiana que seis siglos después, transformado en águila vengadora, se lanza en vuelo raudo sobre el pecho de Javier.